Ricardo Raphael, periodista, escritor y docente, es autor del libro “Periodismo Urgente: Manual de Investigación 3.0”, un libro donde analiza e integra la experiencia y los aprendizajes de otros periodistas con base en siete preguntas principales:
- ¿Cómo se elige un tema de investigación?
- ¿Cuál es la mejor estrategia para elaborar un reportaje?
- ¿Qué fuentes vale la pena considerar?
- ¿Cómo se elabora una solicitud exitosa de información?
- ¿Cuáles herramientas son útiles para sistematizar la investigación?
- ¿Cuáles son mejores procedimientos para corroborar la evidencia?
- Y, ¿qué formatos de presentación son los más eficientes?
Con autorización del autor, compartimos un fragmento de su libro.
Escribe Ricardo Raphael:
«El hombre mira un número dibujado sobre el suelo y dice en voz alta: “seis.” Enfrente, otro observa el mismo trazo y sin embargo grita “nueve.” Ambos se hallan alterados porque cada uno está convencido de que tiene la verdad. En la parte baja de la imagen aparece un reproche: “Sólo porque tú estás en lo correcto, no significa que yo esté equivocado. Cabe que no hayas visto la vida desde mi punto de vista.” Se trata de un mensaje que ha viajado con gran aceptación a través de las redes sociales. Un meme que quiere convencer sobre la posibilidad de que dos verdades contradictorias pueden cohabitar amablemente, siempre y cuando las personas que las defienden se traten con generosidad y comprensión.
Hay sin embargo una trampa en este gráfico: aproximarse a la verdad no suele ser un asunto relacionado con los buenos modales. O bien la tierra es plana, o es redonda. O bien gira alrededor del sol, o no lo hace. Sin importar cuán grande sea la condescendencia entre los seres humanos, los argumentos falsos seguirán siendo falsos y no es honorable ofender la inteligencia humana exigiendo indulgencia. Aceptar como ciertas dos verdades antagónicas –por un supuesto arreglo basado en la mutua cortesía– termina significando una falta peor de respeto hacia el otro, que considerar las razones de cada quién en función de lo que verdaderamente pesan.
Después de escuchar una composición de Beethoven un hombre dice en voz alta: “¡maravillosa la sexta sinfonía!” Junto a él otro asistente al concierto refuta con vehemencia: “perdone, pero lo que venimos de escuchar es la novena.” Los dos se obcecan al punto de olvidar las preguntas fundamentales: ¿Se trató de una pieza introspectiva, sutil y reflexiva, o de una música heroica y libertaria? Si fue lo primero, entonces era la sexta sinfonía, conocida popularmente como La Pastoral. De lo contrario fue la novena que, desde 1972, es el himno del continente europeo.
Una enfermedad compleja de nuestra época es el relativismo que quiere considerar como equivalentes, piezas de información que no lo son. Es la epidemia de posverdad que tiene como constante el menosprecio por la evidencia, los hechos y los elementos objetivos del contexto. Cuando lo verdadero y lo falso pueden ser confundidos masivamente llegó el momento de preocuparse por la civilización. Afirma Barack Obama: “si todo parece lo mismo y no somos capaces de hacer distinciones, perdemos la capacidad para saber lo que vale la pena defender y tampoco sabremos por qué luchar”.[1]
Contrario a lo que promueve el gráfico de los dos señores alterados, los síntomas de la posverdad afectan la posibilidad de habitar en la misma comunidad porque las creencias individuales, la fe o las emociones íntimas, adquieren ancla absoluta en la conversación. Esta enfermedad provoca que el monólogo triunfe sobre el diálogo, la gesticulación elocuente sobre los argumentos, las pasiones más bajas por encima de las razones y el marketing desprovisto de sentido sobre la política democrática.
Cada vez que se destruye el diálogo razonable y razonado, las libertades dejan de ser el eje a partir del cual nos relacionamos los seres humanos. Durante su primera conferencia de prensa como habitante de la Casa Blanca, Donald Trump se negó, en redondo, a responder una pregunta de Jim Acosta, periodista de CNN, quien quería saber si alguno de los asesores de ese presidente se había reunido con el gobierno ruso durante la campaña electoral del año previo.
Ese miércoles 11 de enero de 2017 algo definitivo cambió para la vida democrática de los Estados Unidos, y posiblemente para el resto del mundo. Desde una posición autoritaria de poder, Trump desestimó la importancia que tiene el derecho a la información. Acosta insistió: “ya que usted nos está atacando, concédame hacerle una pregunta.” En revancha, apelando primero a los buenos modales, el líder del mundo libre exigió varias veces al reportero que dejara de lado su rudeza. Pero al final, ofuscado ante la insistencia, arremetió aplicando todo el peso de su recién estrenada investidura con una acusación: “usted es fake news.”
Las noticias fabricadas (fake) son expresión de la propaganda destinada para desinformar a través de los medios de comunicación. Son noticias intencional y verificablemente falsas, cuya principal finalidad es engañar o confundir a la audiencia. Su motivación es siempre económica o política y jamás informativa o periodística. Trump cometió un abuso de la retórica al afirmar que los medios o las personas son fake news: lo serán en todo caso las noticias, pero no sus emisores.
El periodismo serio es una disciplina que permite distinguir entre la información fabricada y aquella que podría ser verdadera. Se trata por ello de uno de los antídotos más eficaces para enfrentar el relativismo y la posverdad. Sus procedimientos ordenados y sistemáticos ayudan a verificar datos y fuentes, aportan contexto, agregan valor para el análisis, contrastan opiniones y logran trascender las subjetividades.
Otros campos del conocimiento humano tienen propósitos parecidos, como por ejemplo la ciencia política, la sociología, la economía o la antropología. A estas disciplinas las une el método científico que obliga a observar con rigor la realidad. Su objetivo es producir, a partir del ensayo y el error, verdades científicas perdurables.
El periodismo, de su lado, también echa mano del método científico, pero a diferencia de las disciplinas académicas, sus procedimientos sirven para obtener resultados en un periodo de tiempo reducido, a partir de información escasa y con frecuencia fragmentada. El consumidor de noticias periodísticas no tiene la paciencia que posee el lector de los textos académicos. Mientras el estudioso de la geofísica se aproxima sin velocidad a las causas que provocaron un terremoto, el oficio de la periodista está sometido a la urgencia de proporcionar información inmediata sobre la magnitud del fenómeno natural, los daños materiales o la reacción social desplegada.
En efecto, la principal distinción que puede hacerse entre el periodismo y la academia es el ritmo con el que corren los relojes entre las personas consumidoras de sus respectivos productos. Esta distinción no debería llevar a descalificar al periodismo como si se tratara de una disciplina de segunda división. Al paso del tiempo, academia y periodismo cumplen funciones distintas pero complementarias para el discernimiento informado y metódico que necesitan las personas.
Ahora bien, si la información es poder, la información falsa suprime la conciencia humana y por tanto aniquila la ciudadanía democrática. De ahí que tenga razón Barack Obama, cuando en el discurso antes referido, sugirió que nuestras sociedades podrían estar experimentando una mutación autoritaria por obra de la facilidad con que hoy se producen y distribuyen las noticias fabricadas. En esta época el periodismo enfrenta dilemas serios que no tienen que ver con su naturaleza y función social, sino con los cambios que están ocurriendo en la estructura noticiosa, así como en las vías tradicionales de financiamiento para las empresas dedicadas a la comunicación. Es evidente que tales dilemas están diezmando la eficacia de su antídoto en contra la mentira publicada. Sin embargo, frente a esta realidad lo que se requiere es más y no menos periodismo.
Esta discusión contemporánea sucede cuando las empresas de comunicación atraviesan por una transformación de proporciones mayores. El desarrollo de las tecnologías digitales está obligando a la reinvención de sus respectivas estructuras. Durante la edición 2014 del Festival de Periodismo de Perugia, Italia, Richard Gingras, vicepresidente de Google, declaró que los medios estaban por abandonar la Edad Media para entrar de lleno a la era del Renacimiento. Esas palabras, pronunciadas en una bella ciudad que continúa siendo medieval, cimbraron fuerte a una audiencia compuesta por jóvenes aspirantes a reporteros y viejos directivos de medios de comunicación.
¿Qué implica el Renacimiento digital del periodismo? Significa que, tanto la demanda como la oferta de noticias están experimentando una mutación importante. Del lado de la oferta, el dato principal es la dramática reducción de los costos para producir y distribuir contenidos. Dada la tecnología disponible, las barreras de entrada a la industria mediática se han desvanecido por lo accesible que se volvió elaborar una noticia, subirla a la red y luego obtener dinero por ella.
Antes, los costos para contar con una imprenta, para adquirir cámaras de televisión o para financiar antenas de transmisión, eran tan elevados que acotaban el número de jugadores disponibles dentro de la industria. Hoy, en cambio, la producción de contenidos amateur desplaza sin demasiado esfuerzo las noticias elaboradas por los medios tradicionales. Un video registrado con un dispositivo celular puede lograr tanta o mayor popularidad que otro obtenido por el camarógrafo mejor pagado del gremio.
Un problema observado con regularidad es que tales productos distribuidos masivamente pueden haber sido elaborados sin control de calidad, es decir, sin que un tercero –por ejemplo, un editor– haya revisado la veracidad de las fuentes o corroborado la solidez de la información. En los hechos se han debilitado los pesos y los contrapesos internos a los que antes estaba sometido el ejercicio periodístico.
Se suma como variable que las audiencias están todavía aprendiendo a distinguir entre productos noticiosos. De manera aún brumosa las verdades periodísticas y las verdades fabricadas se confunden sin que el consumidor esté consciente de ello. El asunto se vuelve doblemente delicado porque, en efecto, mientras el control interno de la calidad noticiosa ha perdido músculo, el control externo –en manos de los consumidores– tampoco ayuda a confeccionar un contexto de mayor exigencia.
Por otro lado, es alentadora y al mismo tiempo digna de merecer temor, la irreverencia que caracteriza a las nuevas audiencias digitales. Ya no basta con que tal o cual información haya sido publicada por la BBC, CNN o The New York Times para que el consumidor de la noticia acepte de manera acrítica el producto entregado. Tal cosa está bien pero el lado perverso de la misma moneda tiene que ver con el descenso, igual vertiginoso, de la reputación periodística.
Hace no tanto el profesional de la información podía padecer sanciones elevadas si se atrevía a producir noticias falsas. En caso de que la empresa editorial se permitiera equívocos frecuentes en la misma dirección, entonces el castigo se trasladaba al medio de comunicación. Hoy, sin embargo, la reputación de las plataformas emergentes que se utilizan para distribuir contenidos noticiosos masivos es inmune frente a este problema. Miles son los sitios que todos los días nacen, divulgan mentiras y desaparecen sin enfrentar mayores consecuencias. El problema surge cuando los medios tradicionales compiten por la misma audiencia que estas plataformas no periodísticas.
A los problemas relacionados con la oferta y la demanda noticiosa se suma como tercera variable la crisis económica de los medios tradicionales. Esas empresas contaron durante décadas con vías de financiamiento que hoy se hallan prácticamente agotadas. El problema de fondo radica en que, mientras los contenidos periodísticos están siendo consumidos de manera intensiva a partir de las plataformas digitales, los ingresos obtenidos por publicidad no han experimentado la misma migración. El recurso antes invertido por el anunciante en el papel impreso o en la pantalla de televisión, no se trasladó en igual volumen hacia los sitios digitales desarrollados por esas mismas empresas, para sobrevivir en la ciudad virtual.
En prácticamente todo el mundo, el pastel publicitario –público y privado que antes absorbían la televisión, la radio o los periódicos– se desvió hacia las tesorerías de empresas como Facebook o Google, porque esas compañías se revelaron más eficientes para distribuir publicidad. La promoción de automóviles en una página de papel nunca volverá a ser tan apreciada como otra dirigida vía digital, a partir del perfil preciso de un usuario de la red.
Los periodistas Bill Kovach y Tom Rosenstiel (2012), en su texto Los elementos del periodismo, advierten que algunas voces malintencionadas han querido presentar como crisis del periodismo algo que muy poco tiene que ver con la naturaleza del oficio. Como ya se dijo, la crisis se explica por el colapso de las vías tradicionales para financiarse y por tanto la sobrevivencia dependerá de la manera cómo vaya a resolverse el modelo de negocios y no con la trascendencia del periodismo. La paradoja del presente para los medios de comunicación radica en lo siguiente: la misma tecnología que arrasó con el esquema económico tradicional es la que está reinventando a la industria de la comunicación.
Ahora bien, el trabajo periodístico sobrevivirá porque sus principios y su utilidad social son previos al negocio. No provienen de la empresa de comunicación, sino de las necesidades públicas que inventaron al periodismo independientemente de la tecnología, las plataformas, las herramientas o los formatos utilizados. Y sin embargo, esa misma tecnología que amenaza el ecosistema mediático es la que está conduciendo al periodismo hacia su Renacimiento.
De nuevo Kovach y Rosenstiel: “el público no está abandonando las noticias sino los formatos tradicionales para comunicarlas.” En ninguna otra época de la historia el oficio había contado con tal abundancia de fuentes y recursos para la investigación. Hoy, las bases de datos son vastísimas y las herramientas para la colaboración entre periodistas son casi infinitas. Además, se agregan a la tarea investigativa las virtudes de la interactividad instantánea con las audiencias. Los usuarios de la información exigen y aportan en tiempo real, ayudan a verificar y son fundamentales a la hora de corregir el trabajo del reportero.
Advierte Daniel Lizárraga, en entrevista para la elaboración de este manual, que el oficio más bello del mundo fue descubierto por Gabriel García Márquez cuando su generación se limitaba a utilizar el cincel y el martillo. En cambio, los contemporáneos están obligados a utilizar una enorme caja de herramientas. La mayoría de ellas provienen del desarrollo digital y ya no es posible que el reportero pase de largo sin emplearlas en su trabajo cotidiano.
En el corazón de esta asombrosa transformación del ecosistema informativo se encuentra el acceso a documentos que antes era imposible obtener. El mar de datos disponibles ofrece horizontes insospechados para el oficio. Se trata de información en cantidades masivas cuyo tratamiento está siendo fuente de piezas formidables de investigación. Como parte de esta realidad novedosa están los principios del gobierno abierto, la transparencia, el acceso a la información y la rendición de cuentas que deben honrar las instituciones públicas. El Castillo de Kafka, que antes era impenetrable, hoy está obligado a vestirse con cristal transparente y una de las llaves que abre su pesada puerta es la solicitud de información. Las leyes y los organismos que la protegen y promueven han permitido que la generación más reciente de periodistas esté realizando investigaciones sobresalientes.
Ciertamente la transparencia y el acceso a la información modificaron la naturaleza del vínculo entre el periodismo y el poder. Antes, la dependencia del primero con respecto al segundo era exagerada y es que, la obtención de documentos o datos estaba sometida a la buena relación que el periodista lograra sostener con el funcionario público. En contraste, cuando las bases de datos o los documentos públicos están disponibles, deja de ser necesario pedir favores o concesiones para poder realizar una investigación. Es entonces que las oficinas de comunicación social pueden funcionar sin que los periodistas hagan largas antesalas. Esta distancia es saludable porque no solo transparenta lo que ocurre dentro de las oficinas del poder público, sino también la naturaleza de las relaciones entre éste y el periodismo.
El origen del presente libro es una petición del Comité Editorial del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI) – encabezado por la comisionada Areli Cano Guadiana, para analizar algunas de las piezas exitosas de periodismo de investigación que se publicaron a propósito de asuntos públicos mexicanos, gracias a solicitudes y otros mecanismos de acceso a la información pública gubernamental.
No fue tarea sencilla escoger los reportajes que debían servir para el análisis encomendado. El abanico periodístico que está utilizando las leyes de transparencia es cada día más amplio. Al final escogí doce piezas seleccionadas por los premios que obtuvieron y porque lograron un impacto relevante en la opinión pública. A su vez, estas investigaciones me condujeron a entrevistar a sus autores. Realicé un ejercicio de meta-periodismo: hice periodismo sobre el periodismo. Las entrevistas resultaron al final una fuente extraordinaria de reflexión y criterios para comprender, a la luz de los desafíos contemporáneos, el oficio que ejerzo todos los días.
Durante poco más de un año conversé con los colegas que, con generosidad, me permitieron sistematizar sus experiencias. Quien lea estas páginas podrá encontrar puntos de coincidencia y también particularidades a la hora de investigar temas que son de difícil tratamiento periodístico. Este recorrido me condujo a obtener siete preguntas que, a su vez, ordenaron el desarrollo del libro a partir de los siete capítulos que lo integran: ¿Cómo se elige un tema de investigación? ¿Cuál es la mejor estrategia para elaborar un reportaje? ¿Qué fuentes vale la pena considerar? ¿Cómo se elabora una solicitud exitosa de información? ¿Cuáles herramientas son útiles para sistematizar la investigación? ¿Cuáles son mejores procedimientos para corroborar la evidencia? Y, ¿qué formatos de presentación son los más eficientes?
En el primer capítulo se exploran los detonadores más comunes para elegir un tema de investigación. ¿Por qué una periodista selecciona un tema en vez de otro? ¿Cuándo debe desecharse una pregunta? ¿Cómo cerciorarse de que la interrogante es pertinente y relevante? ¿Qué ángulo utilizar para aproximarse al tema?
El capítulo dos está dedicado a la estrategia de investigación. En él se abordan los principales procesos para el desarrollo de un reportaje. El objetivo es presentar ordenadamente las tareas relativas a la obtención de evidencia, la administración de los recursos, la sistematización de la información, la organización del trabajo en equipo y las previsiones a considerar para la eventual publicación.
El tercer capítulo aborda el tema de las fuentes. En él se aprecia el conjunto disponible y la ventaja de combinar testimonios abiertos y cerrados con documentos públicos, textos de prensa, estudios académicos y fuentes digitales. La información que consumimos los periodistas para hacer un reportaje por lo general está fragmentada. De ahí que sea necesario acudir a fuentes distintas, entrevistar testigos, obtener documentos, visitar lugares, investigar en la red, confrontar autoridades, seguirle la pista al dinero y todo un largo etcétera de actividades que un día permiten armar una buena historia.
El capítulo cuarto tiene como tema las solicitudes de información dirigidas a las autoridades públicas. Ahí se exploran asuntos como la calidad y la cantidad de las solicitudes, los criterios para su redacción, los plazos y el anonimato, las fórmulas para vencer la resistencia de la autoridad y el uso de la ley para proteger el derecho a la información.
El capítulo quinto versa sobre las herramientas disponibles para ordenar y sistematizar la información recabada. Destacan por ejemplo las bases de datos, las líneas en el tiempo, los mapas, los diagramas o los organigramas. El esfuerzo de sistematización ayuda a detectar patrones y también omisiones, regularidades y discontinuidades que terminan aportando claves fundamentales para la investigación.
El capítulo sexto arroja luz sobre los mecanismos de verificación, comprobación y confrontación que permiten edificar un reportaje imbatible. El compromiso con la precisión es el único camino frente a la posverdad. En este oficio estamos obligados a hacer más y no menos periodismo. Frente a cada acusación falsa o facciosa, sólo queda la demostración tenaz de la verdad.
Por último, en el capítulo séptimo se desarrollan los principios y criterios, así como las herramientas que vuelven exitosa la publicación de un buen reportaje de investigación. Es un apartado extenso porque en él se abordan varios temas complejos. ¿Cómo elaborar una presentación amable para el usuario (user friendly)? ¿Qué elementos de persuasión son válidos utilizar? ¿Cómo presentar de manera robusta la evidencia? ¿Qué tratamiento interactivo otorgar a la pieza de investigación? Y, ¿cómo asegurar una labor colaborativa y multimedia de la mesa editorial responsable de la publicación?
Durante las entrevistas a las y los colegas, no solo fueron abordados aspectos técnicos o metodológicos, también estuvieron presentes los dilemas éticos a los que está arrojado el oficio en estos días. Muchos de ellos son de viejo cuño, pero los hay también nuevos porque la revolución digital está conduciendo a la periodista para vivirse más allá de su propia experiencia, o como diría Lizárraga, más allá del martillo y el cincel.
El periodismo en su versión 3.0 implica una intensa interactividad con una audiencia nativa de la era digital y por tanto arrojada a la reflexión y la crítica constante. No hay manera de sentarse a descansar en el cojín de terciopelo cuando un universo fresco de temas, aproximaciones, herramientas y dispositivos toca todos los días a la puerta de la casa.
El oficio de periodista continúa enseñándose como lo han hecho por siglos la gran mayoría de los oficios: los maestros carpinteros dan lecciones sobre cómo hacer una silla, haciendo sillas. Igual los periodistas aprendemos a investigar haciendo reportajes de investigación. Si bien la teoría puede ser de alguna ayuda, mucho mayor relevancia tiene todavía en la formación de los oficiantes arrojarse a la experiencia práctica. Sin embargo, hay algo que hoy está cambiando en la secuencia tradicional y es que el aprendiz no es siempre quien se presenta como tal, y lo mismo sucede con el presunto maestro. La velocidad de las transformaciones es tal que en este oficio los más jóvenes suelen aprender primero de las nuevas herramientas y plataformas, para luego compartirlas con sus mayores.
Esta fue justo la situación que me ocurrió a mí durante la elaboración de este texto. Invité a una antigua alumna, Lizeth Vázquez Castillo, para que me asistiera en la elaboración de este manual y, cuando me di cuenta, su aportación dejó de ser secundaria para volverse principal. Es por justicia con su trabajo, su conocimiento y su talento que su nombre aparece en la portada de este libro.
Estoy obligado a reconocer con humildad cuánto me enseñaron con su conversación Evangelina Hernández, Irwin Huerta, Daniel Lizárraga, Víctor Hugo Michel, Dulce Ramos, Lilia Saúl, Marcela Turati, Alexandra Xanic y Alejandra Zapata. Quiero agradecer también a los comisionados del INAI, Arely Cano Guadiana y Oscar Guerra Ford por su compromiso con la transparencia y su confianza para que yo sacara adelante este trabajo. También a los integrantes del Comité Editorial de esa misma institución: Jesús Rodríguez Zepeda, Javier Solórzano y José Roldán Chopa. Igual quiero dar las gracias a Ixchel Barrera, Carmina Rufrancos y Gabriel Sandoval por haber apostado sus mejores cartas para que Ariel publicara este manual.
A mi esposa Marcela Azuela, de nuevo, por su lectura crítica y siempre dispuesta. No habría libros sin ella. También a Martha Castro, cuyo estilo es mejor que el mío y por eso vivo tranquilo con mis errores. Por último, abrazo desde aquí a mis maestros favoritos del periodismo: Jorge Zepeda Patterson, Guillermo Osorno y, ahora, Liz Vázquez Castillo».
[1] Barak Obama. Discurso pronunciado durante su última gira por Alemania como presidente de los Estados Unidos, el 18 de noviembre de 2016.
El autor, Ricardo Raphael, es conductor de los programas Espiral, Calle 11 (Canal 11) y No Hay Lugar Común (ADN40), así como columnista del periódico El Universal y también integrante del Consejo Editorial Consultivo de esa casa editorial. Actualmente dirige el Centro Cultural Universitario Tlatelolco de la UNAM. Es autor de los libros Para entender la institución ciudadana (Nostra), Los socios de Elba Esther, El otro México, Mirreynato.