Por Ricardo Otero
@otero_rj
COLUMNA INVITADA.
Será difícil olvidar hasta los detalles del primer día del semestre de agosto de 2005 en el Tecnológico de Monterrey, yo estudiaba Sistemas Computacionales. Al llegar a las oficinas de la estación de radio y de la revista donde yo trabajaba, que en meses pasados se habían vuelto una especie de santuario, los compañeros incluso antes del saludo me contaron: “Mac, María Elena llamó para preguntar por ti”.
Eso fue alrededor del mediodía.
A las 4:00 y 5:30 de la tarde tendría mis primeras dos clases de las materias optativas que elegí de periodismo: primero la de Redacción para Medios Electrónicos (periodismo audiovisual, vaya) y de inmediato la de Géneros Periodísticos Informativos. Ambas con la directora de la carrera. La misma que había llamado para preguntar por mí y que con eso me había dado la primera lección para trabajar como reportero: curiosidad, investigación y corroboración.
Las dos primeras clases fueron a la vez temibles y graciosas. En la primera éramos nueve alumnos: ocho de Periodismo que estaban entre el penúltimo y último semestre de la carrera y el intruso de Sistemas, yo. María Elena tomó una conducta como de madre orgullosa de sus hijos, excepto cuando volteó a verme a mí –fui, además, el único que se sentó del lado izquierdo del salón, los periodistas estaban todos agrupados de lado derecho. Recibí la frase “asumo que todos ustedes ya saben qué es una nota informativa, un reportaje, una crónica, una entrevista, (inserte el resto de los géneros aquí)” como una afrenta. Su tarea era intimidarme. Y fue lo mejor que pudo haber hecho.
De la siguiente clase no recuerdo el número exacto de alumnos, pero éramos como 30, unos 25 de la carrera de Comunicación, cuatro de Periodismo y yo. La pose de María Elena fue más institucional, menos maternal. En algún punto de la presentación de la clase volteó a verme y supimos los dos que había bajado la guardia y que era inevitable que lo hiciera. Ya no estaba ante sus polluelos.
Pasaron dos semanas para que me sintiera como pez en el agua en la clase de periodismo audiovisual, especialmente porque de los nueve, paradójicamente, yo era el único que había hecho radio y tenía dos años en eso.
Una vez en la clase de géneros nos pidió hacer el mismo ejercicio con el que empecé esta crónica: describir un día promedio –claro que aquel no fue promedio, este tampoco porque ella ha partido, pero hagamos como que sí– y mientras tecleaba en la computadora, María Elena se quedó varios segundos detrás de mí, sentí su presencia e hice como que no me inmutaba. Después de algunos segundos me dijo: “Ricardo, explícame una cosa: ¿por qué rayos no estudiaste periodismo?”.
Una vez me devolvió un cuestionario para una entrevista con más tinta roja que negra: yo puse la negra, ella la roja.
Otro día, también en la clase de Géneros, habló sobre un programa de prácticas profesionales con la sección de Deportes del periódico Reforma. Me brillaron los ojos. Era deportes y era Reforma. Al final de la clase, naturalmente, me acerqué y con notoria tristeza me dijo que no podía contemplarme para el programa porque no era de su carrera, aunque era la persona más apta para eso.
Cuando pasaron los exámenes finales recibí una llamada de ella. Me dio el teléfono de Héctor López Neri, el coordinador de la sección de Deportes de Reforma.com y me dijo que él ya estaba esperando que le marcara. Héctor fue mi primer jefe en los grandes medios. En enero de 2006 empecé mis prácticas, aunque no estudiaba periodismo. Ahí mi vida dio el giro que me tiene donde estoy. María Elena decía desde entonces que yo era un LMI adoptivo. LMI son las siglas de la carrera: Licenciado en Periodismo y Medios de Información.
Desde entonces no he dejado las noticias. Ni en la salud ni en la enfermedad. En aquellas épocas, María Elena veía con temor y hasta con algo de recelo la aún naciente ola de periodismo digital que amenazaba al tradicional, sin embargo, todo lo que ella publicó sobre el tema, desde sus tuits hasta sus libros, fueron y serán referencia para entender a los medios actuales.
Antes de ser académica del Tec de Monterrey fue corresponsal de Univisión, la empresa para la que trabajo hoy en día. Extraña casualidad, aunque su sucesora es Jésica Zermeño, ganadora del Premio Nacional de Periodismo y quien estaba entre los nueve de aquella primera clase.
Aunque el mundo digital y esas redes a las que tanto temía hace tiempo nos mantuvieron en contacto, fue hace un año que la vi por última vez en la presentación de Versus, una ONG enfocada en la equidad de género en el periodismo de deportes fundada por Marion Reimers, otra de sus exalumnas –ella no estaba en el grupo de los nueve, pero es de sus discípulas más destacadas. Pude sentir esa alegría al verme, igual que entre los otros ocho de la primera clase.
Podría seguir mencionando a más de sus exalumnos que hoy estamos en los medios. Muchos de ellos son un faro en el periodismo, como Jésica de Univisión; Marion en Fox Sports además de dirigir Versus; Tania Montalvo , editora general de Animal Político; Javier Risco, conductor del programa “Así las cosas”, en W Radio, y “La nota dura”, en El Financiero Bloomberg; y Silvia Garduño, periodista por muchos años de la sección Nacional de Reforma, entre otros.
Ahora entre sus exalumnos reina un sentido de orfandad.
Dicen que a la familia uno no la escoge, pero si consideramos que ella eligió a los primeros alumnos de la carrera de periodismo del Tec, aquí no aplica. Y sin embargo, muchos de quienes pasamos por sus aulas la vemos como una especie de madre profesional. Nos escogió, nos arropó y nos impulsó, incluso a quienes no estudiamos LMI, pero sí teníamos la vocación.
Nunca serán suficientes las palabras ni las acciones de agradecimiento.
También puedes leer en Medium la carta de otro alumno, William Turner: https://bit.ly/2L1eNr8.